jueves, 23 de abril de 2009

El fascismo nuestro de cada día

(sobre la calle Acevedo Díaz, próximo a Tres Cruces: también le habrán querido robar el gorro a este graffitero?)

El martes pasado tenía pautado 19k, siempre siguiendo el plan para Montevideo 42k.
Se suponía que iba a estar acompañada, pero mi socio desistió por cuestiones de higiene. Me explico: el corte de agua afectó a gran parte de la ciudad, incluyendo el club donde suele ducharse.
Así las cosas, me vi solísima para encarar la corrida y lo peor: sin música, ya que se suponía que iría charlando.

El no llevar mp3, de vez en cuando, es interesante. Me permite conectarme mucho más con lo que pasa afuera. Cuando llevo música, la cabeza viaja hacia adentro y no reparo en nada más, a menos que sea suficientemente llamativo o peligroso.
A propósito de esto último, a la altura del mojón 5, un grupo de gente llamó mi atención. A pesar de que no veo nada de lejos, no me costó identificar que se trataba de “planchas”. No había nadie más en la vuelta y yo empecé a ponerme nerviosa.
Tenía motivos: por el mes de Enero (si mal no recuerdo) uno de estos “ejemplares” trató de robarme el gorro en plena Rambla de Pocitos.

Seguí avanzando con cara de “sé artes marciales”, pero ellos hicieron su jugada: “opa, mirá como me hago un gorro!”, “devolveme los championes, cheta”.
Identifiqué un punto en el horizonte y miré fijamente, con la adrenalina a tope esperando el “tirón” para sacarme el gorro o el empujón para llevarse los championes.
Y seguro marqué la mejor pasada de mi vida, una lástima que no chequeé el crono

Nada sucedió. Tardé unos minutos en recuperarme, sin poder dejar de recordar el episodio del verano.
Yo iba rumbo al Este, a la altura del mojón 9. Estaba concentradísima, porque era un día de cambios de ritmo y encima se me venía el repecho de Kibón.
Vi venir aquel chico en bicicleta, no tendría más de 14 años.
Sentí el golpe en la visera del gorro y como se caía al piso.
Como lo tenía enganchado en la coleta del pelo, no pudo llevárselo.
Contrariamente a lo que yo misma recomiendo a todo el mundo, mi primera reacción fue correr tras aquel chico, sin saber si estaba armado ni que haría con él, en el hipotético caso de que lograra alcanzarlo.

Sin embargo, cuando reaccioné, no fue eso lo que me asustó.
Lo que me espantó de mí misma fueron los horrores que salieron de mi boca mientras lo perseguía. No sólo insultos del calibre que se les ocurra, sino cosas del tipo “después de quejan si los c*gan a tiros!”

Como la mayoría de los mortales, tengo mi componente discriminatorio. Congénito y adquirido. Lucho contra él, trato de eliminar de mi vocabulario frases hechas que desvalorizan a la gente por el hecho de pertenecer a determinada raza, opción sexual o religión. Intento no formarme una opinión sobre las personas hasta conocerlas, aunque sea mínimamente.
Procuro educar a mis hijas de ese modo.
Verme gritando consignas casi fascistas tras un chico, me hizo morir de vergüenza.
Vergüenza de mí, de las cosas que hay en mí.

Es cierto, tengo derecho a tener lo que tengo. No se lo saqué a nadie, me lo gané.
También es cierto que no quiso robarme comida, porque se moría de hambre. Ni un medicamento, porque no podía comprárselo a un familiar enfermo.
Pero yo me podría haber comprado otro gorro como ese, si hubiera logrado robármelo.
Ese chico, seguramente, no sólo no va a poder conseguir ese gorro de otro modo: tampoco es probable que tenga ni una de las oportunidades que yo he tenido.
Ni de estudiar, ni de laburar, ni de tener una familia que me diga si estoy equivocada en lo que hago.

Hace muchos años, cuando trabajaba en un laboratorio, me dejaba atónita el modo en que el asistencialismo está arraigado en gente de bajos recursos.
Llegaban con la receta del medicamento que le había dado el doctor y, como el hospital no tenía, venían al laboratorio “porque si en el hospital no me lo dan, me lo TIENEN que dar ustedes”. Una locura. Andá a explicarles que no, que no es así. Que es el hospital el que tiene obligación, no el laboratorio. Andá también a explicarle a una mamá que no le vas a dar la leche de soja que tiene que tomar su bebé alérgico. Y convencete de tus propios argumentos.

“Yo no tengo. Entonces, como vos tenés, estás en la obligación de darme. Aunque vos labures y yo no mueva un dedo, tengo derecho”.
Sí, muchas veces este es el razonamiento.
Estoy segura de que muchos han escuchado historias del tipo “le ofrecieron trabajo, pero prefirió quedarse pidiendo en un semáforo”. Y es cierto.
También conozco gente que sólo necesita oportunidades. Nada más.
Cómo reconocer quién es quién? No lo sé. Y los que se supone que saben, tampoco le pegaron mucho. El Plan de Emergencia es un ejemplo.

Y si lográsemos identificar quienes apreciarían una oportunidad? Qué haríamos con el resto?
Qué se hace con las personas que no les interesa laburar, que vienen de generaciones y generaciones de gente que vive de otra gente? Miserablemente, pero viven de otros.

Entonces: se justifica que haya intentado robarme? No, claro que no.
Pero tampoco me daba derecho a pensar y a decir lo que dije.
El caso es que yo me creía mejor persona…

3 comentarios:

  1. Es verdad, en muchas ocasiones me encontré en la misma situación que vos, y con los mismos pensamientos. La herencia discriminatoria, es difícil de sacar del vocabulario y mas aun del de lo mas hondo de nuestro ser. Pero el esfuerzo esta y si que vale!! Deshacernos de ella es un trabajo de todos los días. La discriminación es una manifestación de miedo a lo desconocido, que funciona como mecanismo de defensa.
    La otro parte es el egoísmo humano intrínsico, hasta el trabajo para ser una mejor persona esta motivado por el egoísmo. "Me hace bien ayudar ", es una frase que digo habitualmente, y es una muestra de egoísmos, del yo delante.
    Pero en fin, somos animales de costumbre y de eso no podemos escapar!

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  2. mmm..., no sé cuán justo sea basarnos en lo que hacemos o decimos en un momento de furia para definirnos como personas...
    somos seres racionales si, y pasionales también; en la medida que usted hace un análisis tan claro, en la medida en que el hecho la haya afectado como lo hizo... que se haya puesto a analizar su propia reacción, avergonzada y sorprendida.... para mi no son mas que muestras de su "buenagentud" También es cierto que siempre podemos mejorar, el asunto querida amiga sería no morir en el intento

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  3. Una Más!: concuerdo con tu concepto de la herencia discriminatoria. Me acuerdo de una columna que escribió Dani Umpi, creo que para Freeway. Ponía algo como que insultar a alguien diciéndole "p*to" era tan común, que casi había perdido su connotación sexual. Sin dudas, estamos muy condicionados por esa herencia, pero identificarla y cambiarla es responsabilidad de cada uno. Aunque sea, en el fondo, un acto egoísta. Como aquel que sembraba palmeras, aunque sabía que nunca iba a comer de esos dátiles...

    Estimada H: tal vez sea como Ud. dice...pasa que yo tenía una buena opinión sobre mí misma al respecto. Era como que ya lo había tildado en mi lista de "Cosas a mejorar"...
    En todo caso, siempre viene bien un sacudón de estos, sobretodo cuando me empiezo a sentir como "superadita" en algunos temas...
    Baño de humildad, que le llaman.

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