viernes, 9 de enero de 2009

¿Qué necesidad?

Primera escena: 7 pm. Amamanto a la menor mientras armo una torre de bloques con la mayor. La comida pronta en la heladera, yo equipada con disfraz de runner. Al fin llega mi marido. Intercambio de besos e información variada. Salgo.

Segunda escena: 3pm. Traigo a la mayor del Jardín de Infantes. Calmo el llanto de la menor que se angustió por no verme un rato. Convenzo a la mayor de usar la pelela y no un pañal, a la vez que negocio ver la enésima repetición de Kung Fu Panda después de la siesta. Se calma la una, se duerme la otra. Me visto a lo loco, me unto filtro solar en cuanta piel veo. Afuera hay 40º a la sombra. Salgo.

Tercera escena: 9am. Marido y la mayor se van a sus respectivas actividades luego de baño-desayuno-vestirse-peinarse-llevar vianda-mochila-juguete elegido del día. Cierro la puerta y siento como si el mismísimo Tren Bala japonés me hubiera pasado por encima. La menor sabe que llegó su rato de exclusividad. Pide baño y desayuno (es un decir, ya que jamás pasa suficiente tiempo sin comer como para calificar de "ayuno"). Pronostican calor rajatierra para la tarde. Me equipo con mi disfraz de drifit. Meto a la menor en el carro, que por cierto no es uno de esos espectaculares de 3 ruedas. Hoy toca cuestas, serán divertidas con el peso extra del carro y de su ocupante. Salgo.

¿Cómo se llama la película? "Si querés ser la Sra. Ingalls, bancate entrenar a cualquier hora y en cualquier condición".

Por favor, que no se entienda como una queja. Lo hago porque me gusta. Ambas cosas: ser la Sra. Ingalls con championes y entrenar con protectores para lactancia.
Podría elegir no hacerlo (entrenar, porque de lo otro no hay vuelta). Y ahí está el quid del asunto: ¿qué lleva a alguien a correr por NADA, atrás de NADA? ¿por qué alguien dedica a esto tiempo, energía y dinero que a menudo no tiene?
Para estas preguntas, hay tantas respuestas como locos dedicados al running. Como la fe, no se impone por la fuerza (la prueba viviente son los championes de mi marido en el fondo del placard) y sólo quien lo experimenta puede comprenderlo.
Y así como la fe, está lleno de pruebas. Resistir al sillón con la tele enfrente, a quedarse cuando llueve, cuando hace frío o demasiado calor, resistir a los manjares para merendar un domingo por la tarde o a las miradas compungidas de dos niñas y un marido cuando salís por un par de km.
Todo entrenamiento o carrera tiene un momento donde la frase es "¿qué estoy haciendo acá?". Con suerte, la última frase es "que suerte que vine".

Pero no es fácil. Es un trabajo diario y de hormiga.
Y hay que aguantar cada cosa...
Ayer salí con la menor en el carro. Finalizado el entrenamiento, paré bajo los árboles para que el sol no la molestase y me puse a estirar.
A pocos metros, dos señoras tomaban mate aprovechando la misma sombra que nosotras. Una de ellas, indignada, le comentaba a la otra (en voz alta, para que yo la escuchara) que disparatado le parecía que corriera con aquella criatura tan pequeña en el carro. "¿Qué necesidad? - continuó - ¿No puede caminar y dejarse de pavadas?".
La menor seguía durmiendo plácida, como casi todo el rato que corrí con ella. Cuando advirtió la falta de movimiento, despertó con una de sus habituales sonrisas.
Allá marchamos para casa, relajadas por el descanso y el cansancio, respectivamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario